Muchas veces me preguntan cómo es que un adiestrador de perros se convierte en psicólogo clínico y adepto a las neurociencias. Supongo que la pregunta es válida, ya que no conozco a otros que hayan recorrido un camino similar.
Cuando mi único norte en la vida era dedicarme al trabajo con perros, como criador y adiestrador profesional, me obsesioné con aprender todo lo posible acerca de… aprendizaje. Así me volví un asiduo lector de todo lo que llegara a mis manos relacionado con adiestramiento, etología, modificación conductual, psicología del aprendizaje, etc. A medida que pasaron los años y pude aplicar lo que aprendía en el trabajo concreto, día a día, con mis clientes y sus perros, fui comprobando la solidez de la teoría y su aplicabilidad práctica en todo tipo de situaciones que requerían de intervenciones oportunas en el manejo de problemas conductuales, por ejemplo.
Más tarde, cuando conocí a la que llegaría a ser mi esposa (psicóloga también), me encontré con que en sus libros de psicología aparecían citados varios autores con los cuales yo ya estaba familiarizado. Más aún, me llevé la sorpresa de que ni ella ni otros psicólogos estaban demasiado “enchufados” con esas teorías, sino que sólo las conocían superficialmente. Incluso algunos las consideraban “pasadas de moda”, sin aplicación en la psicología actual. Este descubrimiento fue un aliciente poderoso para emprender la aventura de formarme académicamente.
Un momento clave para mí de este camino fue un seminario al que asistí con mi amigo Christian Wilson (Yito), cuando cursaba el segundo año de Psicología. El seminario organizado por la Universidad de los Andes se llamaba: La Conciencia, la última frontera. Desde las Neurociencias hasta la Filosofía. Exponían varios investigadores, provenientes de distintos países y disciplinas, cada uno de ellos aportando una pincelada a un cuadro representativo del state of the art en lo que se refiere a los avances en la comprensión de la conciencia, sagrado grial de las ciencias humanas.
Recuerdo vívidamente la presentación de Gregory Quirk, destacado investigador de la neurobiología del miedo (y ex colaborador de Joseph LeDoux). Cuando describía su línea de investigación y mostró algunos de los paradigmas experimentales basados en condicionamiento clásico del miedo, fue como si de pronto todo desapareciera de mi alrededor y mi atención hubiera sido absorbida por un vortex de energía incandescente. Ahí estaba un neurocientífico de reconocida trayectoria y renombre, en un simposio académico envuelto en un aura de solemnidad y altura intelectual, acudiendo a mi viejo amigo Pavlov para su trabajo de investigación. Sí, a Pavlov, el mismo que yo les mencionaba a mis clientes cada vez que les enseñaba como funcionaba el entrenamiento con clicker.
Ahí por primera vez pude contemplar los mecanismos celulares y neurobiológicos a la base de los procesos de aprendizaje, tan familiares para mí debido a mi trabajo como adiestrador de perros. Ese momento fue un turning point en mi carrera. Aun cuando no pude seguir todos los pormenores de los hallazgos de Greg Quirk (aún me faltaba mucho por adentrarme en el sorprendente mundo de la neurobiología del aprendizaje), me mantuve en un estado de trance hipnótico siguiendo su presentación. Luego, en el descanso, hablé con él y le dije lo fascinante que me había parecido su exposición, a lo cual él respondió que se había fijado en lo absorto que yo estaba durante ella. Entonces le conté de mi experiencia práctica con el condicionamiento clásico en el adiestramiento de perros y como me parecía que su investigación tenía directa relevancia para mi trabajo. Él se mostró sorprendido y me contó que en su laboratorio, una de las investigadoras también provenía del mundo del adiestramiento canino…¡vaya coincidencia! ¿Cuál era el nexo misterioso entre ambas disciplinas, aparentemente tan disímiles?
Otra presentación que recuerdo capturó mi interés fue la de Francisco Aboitiz, de la Universidad Católica, acerca de los procesos neuro-cognitivos en el déficit atencional (No tenía forma de adivinar que terminaría mi formación de pregrado con una tesis acerca del déficit atencional en adultos, y que después me especializaría en intervenciones psicoterapéuticas para niños y adultos con este síndrome).
Finalmente, el Dr. Rodrigo Paz, presentó una investigación acerca del rol del cerebelo en la percepción de los actos generados por la propia persona versus aquellos generados por un agente externo. No recuerdo con exactitud los pormenores de la hipótesis del Dr. Paz, pero lo que sí recuerdo es su contagioso y desbordante entusiasmo. Su exposición empezaba con una alusión a la conservación de ciertos mecanismos biológicos a lo largo de la evolución de las especies. La lámina en cuestión mostraba un círculo compuesto por distintas especies, desde las más simples hasta las más complejas, partiendo por el caracol marino aplysia californica y terminando en el ser humano (nada menos que Eric Kandel). Luego vino un detallado recorrido por circuitos GABAérgicos y neuronas piramidales del cerebelo, cuya disfunción podría explicar un fenómeno tan misterioso como es la conciencia dividida en pacientes esquizofrénicos.
Encontré que todo eso era emasiado entretenido. Ahí supe que las neurociencias servirían de eje conductor para mis estudios de psicología.
Y así, un tenue batir de alas se hizo escuchar en los confines de mi conciencia, dando inicio a una aventura de descubrimientos y asombro. Una aventura que siento que recién está comenzando porque, aún cuando ya he alcanzado la meta de transformarme en psicólogo (todavía trabajo con perritos también), tengo una amplia gama de proyectos y planes que me mantienen tan entusiasmado como al principio.
Como dice Neil Peart (Rush) en Prime Mover: “The point of the journey is not to arrive”.